miércoles, 14 de mayo de 2014

Cuento a la vista

Hola amigos,
Hoy os queremos mostrar una página que está repeleta de cuentos y de recursos para los más pequeños. Es muy fácil de navegar podéis encontrar todo lo que queráis. Podéis encontrar los cuentos por categorías y hasta en inglés.


Aquí os dejamos uno de ellos.

BERTA Y LOS ANIMALES

A Berta nunca le había gustado mucho los animales, pero desde que la tortuga de su prima Laura le diera un mordisco en el dedo gordo del pie, no quería verlos ni en pintura. Daba igual que fuera un adorable y mimoso perro que una preciosa mariposa: todos los animales le daban miedo y asco a partes iguales.

- Berta, por favor, las cosas de la naturaleza no dan asco – le advertía Mamá cuando Berta gritaba con pavor porque había encontrado una araña en su habitación, o porque el gato del vecino se había colado en su terraza – ¡No seas tan melindre!
Melindre. Vaya palabra más fea. La había buscado en el diccionario y quería decir ñoña y cursi y Berta sería muchas cosas pero cursi no, que para eso era la capitana del equipo de balonmano del colegio. Además, ella no tenía la culpa de que no le gustaran los animales. Eran seres extraños, peludos, asquerosos y muy poco útiles. ¿Para qué necesitábamos los animales? Sería tan maravilloso un mundo donde solo hubiera personas, pensaba a menudo Berta.

Por eso, el día que a Berta le dijeron en la clase que harían una excursión a una granja escuela y que era obligatoria para todos, a Berta casi le da un síncope. ¿¡Una granja!? Con bichos, animales de todos los tamaños y olor a caca de vaca. ¡¡Qué horror!!

- Berta, ¿qué vas a hacer? ¡Con lo poco que te gustan los animales! – le preguntó su amigo Mateo.
- Pues fingiré un desmayo justo antes de subir al autobús, como las actrices de cine.
- Ya, pero es que tú no eres actriz de cine…
- Pues me pintaré la cara con rotulador rojo para que piensen que tengo la varicela.
- Pero si la tuvimos el año pasado…
- Pues, pues, pues… - ¡Pues tendrás que venir! Seguro que luego no es tan horrible – trató de consolarla Mateo, que al contrario que a Berta le encantaban los animales.

Pero Berta no estaba tan convencida y pasó toda la semana, hasta que llegó el día de la excursión, teniendo pesadillas por las noches.

- Venga Berta, no seas melindre. Una tortuga te mordió una vez, pero eso no significa que todos los animales vayan a morderte cada vez que te vean – le explicó Mamá – Además, los animales de la granja son dóciles y seguro que aprendes muchas cosas.

Y para allá que se fue Berta con cara de pasa arrugada al lado de todos sus compañeros de clase, que estaban más contentos que unas castañuelas.

- ¡Me han dicho que podremos hacer queso y yogures, y que luego nos los llevaremos a casa – le explicó entusiasmado Mateo.
- Pues vaya cosa, ni que no pudiéramos comprar queso y yogur en el supermercado – refunfuñó Berta.

La granja escuela era enorme. Además de una casa de piedra preciosa, tenían un inmenso prado donde vacas, cabras, ovejas, pollitos y conejos correteaban a su antojo. También había gatos que se arremolinaban por todas partes y perros de todos los tamaños: ¡tenían al menos seis!

- Vais a tener suerte. Una de nuestras perras está a punto de parir – les explicó uno de los monitores – ¡Vais a poder ver los perritos nuevos!

Berta pensó con horror en un parto de perros. ¡Eso sí que le daba asco! Pero no tuvo otro remedio que seguir a toda su clase hacia la habitación donde la perra estaba dando a luz.

- Mirad chicos: ¡ya sale el primero!

Una cosa arrugada y temblorosa salió del cuerpo de la perra. Berta no sabía si ponerse a llorar o salir corriendo allí mismo. Pero como no quería que los demás pensaran que era una melindre, como decía su madre, se quedó ahí mirando cómo iban saliendo hasta cinco cachorros del cuerpo de la madre. Todos niños (menos Berta, claro) se peleaban por tocarlos hasta que el monitor puso orden.

- Los podéis acariciar de uno en uno. Yo os los pasaré.
- Pero ¿no abren los ojos? – preguntó Mateo.
- No, tardarán aún quince días en abrirlos.
- ¡Qué pena! – exclamó Mateo mientras le pasaba a Berta uno de los cachorros.

Berta miró con horror aquel perrito, pero no le quedó más remedio que cogerlo en sus manos. Era tan suave y tan pequeño que por un momento, Berta dejó de sentir miedo y asco.

De repente, el pequeño cachorro abrió los ojos, unos enormes y preciosos ojos color mostaza y miró con dulzura a Berta. Fue solo un momento, pero Berta sintió aquella mirada dulce y de repente quiso llevarse ese cachorro a casa. ¡Era taaaaan bonito!

- ¿Lo habéis visto? ¡Ha abierto los ojos y me ha mirado!
- Eso es imposible Berta, ¿no has oído al monitor?

Pero Berta estaba segura de lo que había visto.

- A lo mejor ha querido demostrarle que los animales no son tan feos, ni malos como tú crees – exclamó Mateo.

Berta tuvo que admitir que aquel perrito y el resto de cachorros eran tan pequeños y bonitos que no podían dar miedo y mucho menos asco.
 - Pero otra cosa son las vacas y las ovejas. ¡Huelen mal! ¡Qué asco! – afirmó mientras toda la clase se dirigía al lugar donde se encontraban aquellos animales.

- Probad esta leche tan rica: la acabamos de ordeñar.

Berta pensó que por nada del mundo probaría aquella leche salida de una vaca.

- ¿Pues de dónde crees que sale la leche que tomas en casa? – le preguntó el monitor – ¡de las vacas!

Así que a Berta no le quedó más remedio que probar aquella leche. Tenía un sabor muy fuerte pero tuvo que reconocer que estaba deliciosa. Y lo mismo con el yogur. Eso por no hablar del queso de cabra. ¡Berta nunca había comido algo tan delicioso!

- Mateo, ¡pues sí que va a ser verdad eso de que los animales son muy útiles! ¡Yo que pensaba que no servían para nada!

Y Berta, que había dejado de ser una melindre, acabó jugando con todos aquellos animales y pasando un día genial en la granja escuela. Después de todo, como decía su madre, las cosas de la naturaleza no daban asco. Eran simplemente perfectas.

Un saludo,
Laura.

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